Era un día helado, se alegró de que al fin el frío azotara su rostro, sus manos y sus pies.
Caminaba entre muchos, deslizando un pie tras otro como todos. Miraba los rostros de quienes por la calle se cruzaban con ella. Los miraba uno a uno como ellos mismos al cruzarse con ella. Ni una sola vez notó que nadie le mantuviera la mirada y menos aún que realmente la vieran. Deslizaban su vista como ella deslizaba sus pies, uno tras otro, como todos.
El viento arreciaba y tenía que sujetarse el pequeños sombrero marrón adornado con dos pequeñas florecillas que cubría su cabeza y que semiocultaba su mirada. Se sentía cansada pero contenta por la llegada del esperado frío. Lo necesitaba. No entendía ese largísimo verano y el agrado de la gente por ello. Siempre había pensado que la sucesión de las estaciones eran necesarias. Una tras otra, para disfrutar de las siguientes.
El mimetismo de las no estaciones con el de no ver. No era casualidad, nada es casual.
Ensimismada se dirigió a una pequeña cafetería, le apetecía tomar un café y leer el pequeño libro que había comprado el día anterior en una vieja librería de barrio.
Mientras entraba no lo vio, se deslizaba elegantemente entre la gente con el mismo libro que ella llevaba en la mano. Él si la vio y quedó quieto un instante en la misma puerta por donde ella había pasado. Se sentó en la mesa, levantó la mirada y sintió que la veían.
Cuando el siguió su camino sonreía. Ella siguió mirando como aquel hombre se alejaba, deslizando un pie tras otro de manera diferente a los demás.
(c) Ina 2008
Caminaba entre muchos, deslizando un pie tras otro como todos. Miraba los rostros de quienes por la calle se cruzaban con ella. Los miraba uno a uno como ellos mismos al cruzarse con ella. Ni una sola vez notó que nadie le mantuviera la mirada y menos aún que realmente la vieran. Deslizaban su vista como ella deslizaba sus pies, uno tras otro, como todos.
El viento arreciaba y tenía que sujetarse el pequeños sombrero marrón adornado con dos pequeñas florecillas que cubría su cabeza y que semiocultaba su mirada. Se sentía cansada pero contenta por la llegada del esperado frío. Lo necesitaba. No entendía ese largísimo verano y el agrado de la gente por ello. Siempre había pensado que la sucesión de las estaciones eran necesarias. Una tras otra, para disfrutar de las siguientes.
El mimetismo de las no estaciones con el de no ver. No era casualidad, nada es casual.
Ensimismada se dirigió a una pequeña cafetería, le apetecía tomar un café y leer el pequeño libro que había comprado el día anterior en una vieja librería de barrio.
Mientras entraba no lo vio, se deslizaba elegantemente entre la gente con el mismo libro que ella llevaba en la mano. Él si la vio y quedó quieto un instante en la misma puerta por donde ella había pasado. Se sentó en la mesa, levantó la mirada y sintió que la veían.
Cuando el siguió su camino sonreía. Ella siguió mirando como aquel hombre se alejaba, deslizando un pie tras otro de manera diferente a los demás.
(c) Ina 2008
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